Peregrinando al III CONGRESO REINA DE LA PAZ CHILE Día 16
Peregrinando al
III CONGRESO
REINA DE LA PAZ
CHILE
Día 16
¡Oh Santo Espíritu! dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén
Mensaje, 3 de abril de 1986
“¡Queridos hijos! Los invito a vivir la Santa Misa. Muchos de ustedes han experimentado la alegría y la belleza de la Santa Misa y hay otros también que no vienen de buena gana. Yo los he escogido, queridos hijos, y Jesús les da Sus gracias en la Santa Misa. Por lo tanto, vivan conscientemente la Santa Misa y que cada venida los llene de alegría. Vengan con amor y acojan con amor la Santa Misa. Gracias por haber respondido a mi llamado!”
El sacrificio eucarístico perpetúa y renueva sobre nuestros altares el sacrificio de la cruz a gloria de la Trinidad, y en reparación de nuestros pecados y al mismo tiempo nos da el sacramento del Cuerpo del Señor como alimento de nuestras almas. Por eso el Misterio eucarístico es al mismo tiempo sacrificio y sacramento; oblación y banquete. En la Comunión, al unir íntimamente con Cristo al fiel que se nutre de ella y que alimenta en ella la vida de la gracia, perfecciona y conduce al mismo tiempo a plenitud su inserción en el Cuerpo místico de Cristo. Son dos efectos contemporáneos e indivisibles: el uno llama necesariamente al otro.
Mientras el primero, directamente personal, se ordena a la santificación del Individuo y a su comunión íntima con Cristo, el segundo, derivado del anterior, se ordena a su comunión con la Iglesia y con los hermanos. La comunión con Cristo no puede dejar de ser comunión con los que son sus miembros. La Eucaristía es Cristo que se nos da y nos construye continuamente como su cuerpo. El sacrificio del altar es el sentido mismo de la Iglesia, y la presencia de Cristo en cada sagrario es una interrupción profética que nos convoca a cada uno a reconocernos convocados en primer lugar por el Dios que es amor.
El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que « quien coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Pero esta « vida eterna » se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: «El que me come vivirá por mí» (Jn 6,57).
Durante la Consagración y la Comunión, me ofreceré con gran amor a ti, Señor mío, diciéndote con el corazón en profunda reverencia que como tú te ofreces al Padre por mí y por mi salud, así quiero yo ofrecerme todo a su Divina Majestad y dedicarme con todas mis fuerzas al servicio de su Reino. Señor, hazme trozos como el Pan de tu sacramento, dóblame, retuérceme si es necesario en las espirales de tu voluntad: pero que yo esté siempre en comunión con la Hostia partida sobre el Cáliz, que es para mí fuente de la única paz. ( Suscipe Domine, p. 254, 295).
Oremos con Padre Slavko Barbaric:
"Dios, Padre nuestro todopoderoso, todos nosotros conscientemente Te damos gracias durante este mes porque eres nuestro Dios, porque eres nuestro Padre, por habernos enviado a Tu Hijo a salvarnos, por habernos enviado Tu Espíritu para santificarnos. Te damos gracias, oh Padre, por habernos revelado Tu santo nombre y por darnos la oportunidad de crecer en el amor, la fe, la esperanza, la bondad, la verdad y la paz y poder glorificarte de este modo. Te damos gracias por habernos permitido vivir en Tu gloria y en Tu presencia y, haciéndolo así, nos has dado Tu amor y Tu gozo. Gracias por habernos enviado a María que incansablemente nos visita día a día en Tu nombre y que ora por nosotros. Te damos gracias por habernos hecho más patente Tu presencia a través de su presencia entre nosotros. Te pedimos la gracia de llegar a ser y permanecer uno con Ella y Contigo, que nada nos separe de Ti." Amén. (Medjugorje, Mayo 29 de 1997)
Nos vemos en el Congreso...
Comentario Padre Patricio Romero

